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Por qué las latas de refresco siempre tienen más burbujas que las botellas

Burbujas

Si eres un consumidor masivo de refrescos probablemente ya te hayas percatado de que las bebidas en lata producen una sensación diferente en la boca que sus compañeras embotelladas, aunque sean de la misma marca. Esta diferencia, que se acentúa si bebemos de una botella de plástico no es simple casualidad: una vez más, la ciencia acude a nuestro rescate para solventarnos las dudas.

La clave de todo está en la distinta cantidad de dióxido de carbono que hay en las latas y en las botellas. No es que haya una confabulación mundial para rellenar los recipientes con más o menos cantidad de gas, según el caso: en realidad, los fabricantes ponen la misma cantidad en unas y otras. Ahora bien, para el usuario experimentado es notable que el número de burbujas no es el mismo. Al fin y al cabo, la bebida no provoca la misma sensación de hormigueo en la boca ni tiene la misma imagen si se vierte en un vaso. ¿Qué está pasando?

La clave se encuentra en el material utilizado. Así, el usar aluminio o plástico es lo que hace que haya más o menos burbujas. Todo se debe a las distintas capacidades de conservación de uno y otro material y cómo los propios consumidores manejamos los recipientes.

Por una lado, el plástico protege peor el dióxido de carbono que el aluminio. En el interior de una lata no afectan tanto los cambios de temperatura ni se cuela la luz solar. En cambio, si dejamos una botella de plástico al sol durante varios días o en un armario donde hace mucho calor, el dióxido de carbono comienza a degradarse. Por tanto, a la hora de servir uno y otro refresco, el burbujeo y las sensaciones serán diferentes.

Eso sí, las condiciones a las que se pone el plástico tienen que ser muy extremas para que llegue a notarse una disminución en el número de burbujas: botellas almacenadas doce semanas recibiendo luz directa del sol y en un lugar caliente perderían solo un 15 por ciento del dióxido de carbono.

Botella

Los fabricantes son conscientes de esas pérdidas y ya usan un PET (tereftalato de polietileno, el plástico más común para fabricar botellas) mejorado, que permite incluso envasar botellas de refresco más pequeñas para que la degradación no sea tan notable. No sucede lo mismo con el cristal, un material más resistente a agentes externos; por eso, muchos prefieren los refrescos así embotellados, algo más propio de bares y restaurantes, e intentan conseguirlos para consumir en sus casas.

No obstante, no solo el material del envase y las condiciones externas influyen en el número de burbujas de nuestras bebidas. También la nevera: el dióxido de carbono es más soluble en un refresco con una temperatura fría que a temperatura ambiente o, lo que es lo mismo, se mezcla mejor con el líquido dentro de la nevera.

De esta forma, en un cuarto a temperatura normal, el gas ‘abandona’ el refresco y va a la zona superior, esa parte que queda sin rellenar en latas y botellas para regular la presión. Así, una vez las abras, perderás mucho dióxido de carbono y, por tanto, muchas burbujas. De ahí ese consejo clásico que se da en todos los hogares: cierra muy bien una botella después de usarla si todavía tiene refresco, con el fin de evitar que la pérdida del gas degrade la bebida.

Hormigueo de burbujas en la boca

En cualquier caso, la cantidad de dióxido de carbono que llegue a nuestra boca será la responsable de que sintamos o no dentro de ella esa especie de hormigueo en la lengua. Así, dentro de la cavidad bucal, el dióxido de carbono sale del refresco y se mezcla con agua y anhidrasa carbónica, una enzima que ayuda a que el dióxido de carbono entre y salga de las células. La reacción genera ácido carbónico que es el que provoca que notemos esa sensación de gustirrinín en la boca.

Latas

Así, si además de refrescarte y endulzarte quieres sentir ese hormigueo, ya sabes que una lata bien fría es mejor opción que una botella de plástico. Eso, por no mencionar aquella botella de plástico que te olvidaste junto a la piscina de la casa del pueblo durante varios días. Porque, no está de más recordarlo, esa advertencia que se lee en las botellas (“Conservar en un lugar fresco y seco”) no es para nada baladí.

Con información de Daily Edge y Slate. Imágenes de frankieleon (1, 2) y Pexels

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