“No se requiere de conocimientos excesivos. No hace falta ser un lingüista ni un filólogo. Con el simple hecho de saber hablar tu lengua ya vas de sobra”. Así de sencillo nos pinta Miguel Jaén el asunto de engendrar un idioma. Jaén es el autor del blog Cómo crear una lengua y ha publicado recientemente un libro en el que explica cómo funcionan las lenguas naturales y da consejos para imitar a Tolkien, David Peterson (creador del dothraki, la lengua que se habla en ‘Juego de tronos’) o Paul Fromer (el inventor del na’vi de ‘Avatar’).
En primer lugar, es necesario plantearse qué queremos crear exactamente. A lo mejor no quieres toda una lengua, con su gramática y su repertorio variado de fonemas, entre otros aspectos, sino que te basta con algunas palabras. Es perfectamente plausible. “La mayoría de las lenguas construidas, en realidad, se componen solamente de una serie de nombres propios, de topónimos, antropónimos…”, explica Jaén, que ha creado más de diez idiomas para la ficción (empezó con 14 años).
Para diseñar nombres propios, Jaén da unos trucos muy interesantes. Ya que los topónimos son nombres de lugares que suelen permanecer inalterables durante milenios, puedes inventarte una palabra cualquiera, sin significado, y decir que procede de una lengua extinta. Para darle verosimilitud, haz que todos los nombres de lugares tengan alguna sílaba o sufijo en común. Por ejemplo, en castellano, muchos lugares tienen la partícula ‘briga’, que en la desaparecida lengua celta significa ‘ciudad’ o ‘fortaleza’: Segóbriga (en lo que hoy es la provincia de Cuenca), Brigantia (en la actualidad el casco viejo de La Coruña)…
Otra opción es resaltar una cualidad del lugar u homenajear a alguien, como ocurre con Buenos Aires, Monterrey o San Francisco (en honor a San Francisco de Asís). Elijas la que elijas, estos topónimos luego te pueden servir como apellidos de tus protagonistas; piensa en filósofos antiguos como Parménides de Elea o Tales de Mileto.
Invénta raíces, prefijos y sufijos
Jaén describe tres métodos para crear palabras: inventárselas aleatoriamente, sin fijar ningún tipo de regla previa; por medio de raíces que mezclemos junto a prefijos y sufijos, o bien mediante raíces arcaicas que también nos inventemos y que hagamos evolucionar en el tiempo, como ocurre con los idiomas que hablamos habitualmente. Por ejemplo, de la raíz indoeuropea ‘ker-’, que significa cabeza, vienen muchas palabras del castellano que tienen algo en común: cráneo, cerviz, cerebro… Ahora solo queda que tú inventes tus propias raíces y las hagas evolucionar.
Nuestro creador nos pone el siguiente ejemplo, usando el segundo método. Hay que crear en una nueva lengua un equivalente a ‘mensaje’ y ‘asamblea’. Él se inventa ‘zime’ y ‘elémbar’, respectivamente. Ahora, para crear las palabras derivadas ‘mensajero’ y ‘asambleísta’, que terminan de forma diferente pero cuyo sufijo tiene un significado parecido (‘el que lleva un mensaje’ y ‘el que va a una asamblea’, respectivamente), se inventa la terminación ‘-ós’. Así, ambas serían ‘zimós’ y ‘elémbaros’, respectivamente. Así de sencillo.
Si conoces otras lenguas además del español, también puedes jugar con ellas e introducir elementos propios en las tuyas. ¿Qué tal si en tu lengua inventada los adjetivos van delante de los sustantivos, como en inglés? ¿Y si todos los sustantivos van con mayúscula inicial, como en alemán?
¿Letras o signos?
A la hora de escribir las palabras inventadas, hay dos opciones: es posible representarlas con caracteres de nuestro abecedario o inventar uno propio, a lo Tolkien. En caso de hacerlo así, el límite está en la imaginación. No en vano, es posible crear un mundo de pictogramas a los que dotemos de significados. También tendremos que tener en cuenta cómo se comunica la raza que hayamos inventado para la complejidad de los símbolos: si escribe en pergamino podrán ser más curvos, mientras que si cincelan en piedra u otro material duro serán más bien líneas rectas.
Además, a la hora de inventar caracteres, es posible simplificar el proceso añadiendo signos diacríticos, como sucede en nuestro abecedario: la G es una pequeña modificación de la C, igual que la Ñ lo es de la N. A veces, los pequeños detalles suponen toda una diferencia.
En cuanto a la pronunciación, Jaén dedica dos largos capítulos al sistema fonológico de las lenguas en su libro. Una vez más, recurrir a lo que ya existe es una opción como otra cualquiera. Así, es posible utilizar los sonidos del español o los de otra lengua, como el ‘sh’ del inglés o los nasales del francés y el portugués. También un acento; Jaén nos dice que lo más normal es inspirarse en el nuestro o en alguno que conozcamos.
Eso sí, si la raza que te inventas es humanoide y tiene algo parecido a unos pulmones y un aparato fonador (el encargado de crear y emitir los sonidos para hablar), procura que pueda conseguirlo. Otra opción es inventarse sonidos no pulmónicos, como los que emiten los geonosianos de ‘La guerra de las galaxias’. ¿Qué tal un idioma con chasquidos de lengua?
Tener una cultura alrededor de ella
Cada lengua tiene detrás una cultura. Antes de nada, conviene establecer qué es lo que hay detrás de la tuya para crear las palabras, los sonidos… Por ejemplo, el klingon, la lengua de la raza homónima en ‘Star Trek’, tiene un montón de palabras relacionadas con la guerra y el combate, que demuestra de qué pie cojean estos personajes. Es fácil encontrarse con insultos: una persona cobarde es ‘lo’Be Vos’, mientras que ‘Hab SoSLl’Quch!’ significa algo tan malsonante como ‘tu madre tiene la frente lisa’ (los klingon tienen crestas en esa zona del cuerpo, así que esto es toda una afrenta). A la hora de despedirse, su adiós, ‘Qapla», significa ‘te deseo una muerte con honor’.
Ten todo esto en cuenta si tú también creas un mundo donde los insultos y la ferocidad estén a la hora del día o si, por lo contrario, es un mundo de hadas y demás personajes bondadosos. Como ejemplifica Jaén, un videojuego o una novela ambientada en la cultura marinera debería tener mucho léxico sobre el mar, los barcos o la navegación.
Por otra parte, si la cultura que crees está ambientada en una especie de Edad Media o Edad Antigua, no estará de más que incluyas algunas imploraciones. En su libro, el autor recuerda cómo en los cómics de Astérix se repetían los “¡Por Tutatis!” o “¡Por Belenos!”, los dioses galos de la época (la ocupación romana de la actual Francia) en la que están ambientadas estas historias. Incluso, puedes crear gestos distintivos, adornos… que seguro darán más empaque a tu universo ficticio.
Igual que las lenguas que hablamos evolucionan con el paso del tiempo (surgen nuevas palabras, cambian los significados…), los idiomas que creemos también pueden hacerlo. Jaén recuerda cómo Tolkien fue variando con el tiempo los idiomas que él mismo había inventado, sin olvidar el propio esperanto. “Todas las lenguas, en el momento en el que las personas las hablan de un modo u otro, acaban por evolucionar, porque la gente intenta siempre acomodarse a esa lengua o intenta acomodar la lengua a su forma de hablar”, nos dice este madrileño. Así que no ha de extrañarte si luego tus espectadores o lectores hacen suya tu creación: probablemente, la están disfrutando de verdad.
—
Con información de ‘Cómo crear una lengua’ (editorial Berenice) y Wikipedia (1, 2). Imágenes de la wiki de Wikipedia (1, 2) y Clare Snow.
En estas historias se habla una lengua que tú conoces:
– Diez curiosidades sobre la historia de la lengua española que desconocías
– Hugo, el Siri de las personas sordas que traduce cualquier conversación a lengua de signos
– Rescatar sonidos de la historia con la tecnología que atrapó al bosón de Higgs
– Disrupción, resiliencia, empoderamiento y otras palabras modernas para hacerse el importante