El acto de rascarnos para aliviar el picor ha sido considerado un misterio de la biología durante mucho tiempo. Algunos neurólogos sostienen que unas células especiales de la médula espinal juegan un papel fundamental en la sensación de picazón y el alivio posterior cuando rascamos, como si hubiera un pequeño cerebro que nos empuja a frotar y que, en vez de excitar normalmente a las células del dolor, las inhibe.
Sin embargo, existe un efecto más claro que todos conocemos: el rascarse es contagioso, como lo es contemplar el bostezo de otra persona. Es lo que creen investigadores de dermatología de la Wake Forest University School of Medicine en Carolina del Norte, que afirman que la picazón se contagia porque el cerebro se vuelve hipersensible cuando vemos a alguien rascarse cerca y así malinterpreta cualquier tipo de sensación física en nuestra piel como de picor.
Se trata de un fenómeno que puede vaciar habitaciones enteras llenas de gente rascándose con la simple mención de la palabra «pulgas» o «piojos». Y ahora los científicos han demostrado, por primera vez, que realmente este picor psicológico puede ser contagioso, ya que la sensación puede ser capturada de forma visual de la misma forma que el bostezo.
E, incluso, de una manera más aguda, pues los dermatólogos afirman que con simplemente ver un video de alguien rascándose es suficiente para inducir e intensificar el picor en los espectadores.
El Dr. Gil Yosipovitch, quien dirigió la investigación que se publica en el British Journal of Dermatology, cree que existe un umbral para «sentir la picazón», cuando esta se presenta de una forma visual; o incluso simplemente al pensar o leer sobre ella (quizá les esté picando algo ahora, pueden rascarse sin miedo…)
Para demostrarlo invitó a una serie de 25 voluntarios a visionar cinco clips de vídeo de un minuto que mostraban a la gente rascándose el antebrazo izquierdo; y otros tanto donde aparecían sentados las mismas personas de brazos cruzados.
Mientras tanto, se les administró aleatoriamente una solución de histamina para inducir irritación mediante un parche de su piel. A los demás se les dio un parche con unas gotas de solución salina inofensiva a modo de señuelo.
Los resultados arrojaron que no sólo la visión de las imágenes aumentaba el grado de picor, sino también en lugares distintos a donde estaba el parche con el líquido irritante. La sensación se produjo tanto en voluntarios sanos como en un grupo de 14 pacientes que sufrían de dermatitis atópica.
Un trabajo similar con primates también demostró que los monos pueden contagiarse el picor visualmente y los investigadores ahora creen que este hecho puede tener sus raíces en nuestro pasado evolutivo más profundo, cuando empezamos a vivir en grupos sociales muy unidos. A través de los milenios, nos hemos ido paulatinamente hipersensibilizando hacia el picor cuando un miembro del grupo se rasca, para ayudar a identificar las infestaciones de parásitos y lograr detener su propagación.
Si algún día podemos entender el mecanismo subyacente y la causa del picor, deberíamos tener una mejor oportunidad de tratar la tiña o otras enfermedades dermatológicas, centrándonos en los mecanismos que realizan «horas extras» en estos pacientes y los llenan de un picor insufrible a diario.
Vía Nature