Presentar los Premios Óscar no deber ser nada sencillo. De hecho, la gala de 2020 que se celebró el pasado domingo no tuvo maestro de ceremonias. Pero aún son menos los valientes que tendrían el valor para jugarse el tipo actuando en el número musical. Eso son palabras mayores y ahí el riesgo de meter la pata aumenta sobremanera. Así que si aspiras a organizar la entrega de los Premios Óscar debes tener una cosa clara: no repetir la pifia que cometió Allan Carr en 1989 con la ya considerada la peor gala en la historia de los Premios de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas. Si después del evento sabes que Disney no ha presentado ninguna demanda contra la Academia, y no te consta que los cineastas se haya puesto en pie de guerra por considerar una «vergüenza” televisiva tu trabajo, entonces habrás logrado el objetivo.
En 1989, el productor de ‘Grease’ Allan Carr recibió las llaves de la ceremonia. Impulsado por un poder incontrolado, el primer movimiento de Carr fue eliminar el papel tradicional de anfitrión de los Óscar y reemplazarlo por un puñado nebuloso de actuaciones musicales cuya intención era fusionar el brillo de Las Vegas y el espectáculo de Broadway con un popular show de discoteca gay en San Francisco llamado ‘Beach Blanket Babylon’.
Cuando el director del ‘show’ le propuso a la joven y desconocida actriz Eileen Bowman protagonizar el arranque de la velada, esta aceptó sin saber el lío en que se metería. A sus 22 años, no podía ni imaginar que en la edición número 61 de los Óscar aparecería disfrazada de Blancanieves con una voz impostada y sobre el escenario tendría que bailar con diez «estrellas de Hollywood» de cartón piedra y cubiertas de mucha purpurina.
Aunque el público encajó bien el primer chiste y en el teatro resonaron las carcajadas, pocos podían creer lo que estaba ocurriendo. Ni siquiera Bowman, que pensaba que la gala sería un perfecto escaparate para relanzar su carrera y que terminó dándose de bruces con la realidad. “Ella tenía en su cara una expresión, si no recuerdo mal, de dolor”, contaba el actor Martin Landau. Si por entonces internet hubiera sido lo que es hoy en día, los chistes habrían inundado Twitter y Facebook. Hasta Landau, años después siguió sacando punta al asunto. “Pobre Blancanieves. No tenía enanos para apoyarla”, decía.
Pero eso era solo el principio. Aún quedaban muchas sorpresas. El director de la gala, Allan Carr, pensó que sería buena idea trasladar a la dulce y tierna Blancanieves a una réplica del Club Copacabana, para bailar un poco de samba. ¿Por qué no? Así que bailarines vestidos como Carmen Miranda irrumpieron en el escenario, a algunas mesas le crecieron patas y todos comenzaron a danzar. Después de que los bailarines hicieran alarde de sus habilidades y de algunas presentaciones de viejas glorias de Hollywood, hizo acto de presencia en el escenario Rob Lowe.
La Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas estadounidense creyó oportuno dar una oportunidad del joven actor que, con 24 años, se había visto envuelto en un escándalo a causa de un vídeo de contenido sexual. Y allí estaba Lowe junto a Blancanieves, mientras ella se declaraba fan suya. Para continuar con la desastrosa velada, ambos tomaron sus micrófonos y empezaron a cantar. O, al menos, a intentarlo. Porque la voz del actor no es la más idónea para jugarse el tipo en el espectáculo musical de los Óscar.
Totalmente desafinado, el New York Times no tuvo el más mínimo reparo en cargar contra el actor. “Haría bien a reservar todas sus futuras actividades musicales para la ducha”, comentaron desde el reputado diario en la crónica de la gala
No obstante, aún quedaba el colofón. Y no hablamos de que Allan Carr decidiera trasladar a la protagonista de la velada a un teatro chino acompañada de Lowe. Por si el número musical hubiera tenido pocos alicientes para pasar a la posteridad como uno de los momentos más desastrosos de los Óscar, lo más peliagudo llegó cuando bajarón el telón.
Tras presenciar aquello, los responsables de Walt Disney Co. no pudieron contener su furia y decidieron presentar una demanda contra la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos, por el uso no autorizado de los derechos de autor de Blancanieves. La compañía dijo que el personaje interpretado por Eileen Bowman fue utilizado sin su consentimiento. “Por eso nos quedamos enormemente sorprendidos y consternados cuando vimos la ceremonia de los Óscar de la pasada noche y nuestro personaje de Blancanieves se había utilizado extensamente sin nuestro consentimiento”, comentó Frank Wells, directivo de Disney, después de lo acontecido.
Pero ahí no acabó todo. Un grupo de hasta 17 pesos pesados de la industria de Hollywood, entre los que había nombres de la talla de Paul Newman y Billy Wilder, firmaron una carta abierta arremetiendo contra la gala como una “vergüenza para la Academia”. “No es apropiado ni aceptable que el mejor trabajo en el cine se reconozca de una manera tan degradante”, se podía leer en aquel texto.
No es de extrañar, por lo tanto, que después de producir y dirigir aquella terrible gala, Allan Carr no volviera a encontrar trabajo como productor de Hollywood. Fue un gran golpe para Carr, que esperaba que los Óscar del 89 revivieran su carrera. A finales de los 70, Carr era conocido por organizar fiestas salvajes visitadas por miembros de lo más granado de Hollywood como Gregory Peck y Billy Wilder, quienes luego firmarían la carta que condenaba su show de los Óscar. La reputación de Rob Lowe tampoco se recuperaría en una década… y Eileen Bowman, que se vio obligada a firmar un acuerdo de silencio sobre su experiencia, desapareció en la oscuridad total. Todo fue un desastre obsceno y, habiendo aprendido de sus errores, los Óscar nunca más se celebraron sin un maestro de ceremonias.
Pero tan difamado como fue el show de Allan Carr, también tuvo algunos momentos que han dejado huella en la posteridad. Fue la primera gala con cobertura de las estrellas llegando a la alfombra roja, un evento que desde entonces se ha convertido en su propio espectáculo previo a los premios. Carr también acuñó una frase icónica del premio al decirles a los presentadores que en lugar de anunciar al «ganador», deberían decir: «El Óscar va a …». Y Billy Crystal también pronunció un monólogo muy bien recibido. Un día después del desastre, la Academia le pidió a Crystal que presentara los premios al año siguiente. Y se convirtió en uno de los presentadores más frecuentes y populares de la historia de los Óscars.
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