Animamos a nuestros lectores a hacer un experimento práctico. Levántate y ve hasta la librería más cercana. Observa los libros que llenan sus baldas. Ahora fíjate en quienes son los autores de los mismos. ¿Cuántas mujeres firman sus páginas? Sin necesidad de conocer los resultados de dicho experimento nos atrevemos a afirmar que posiblemente sean muchas menos que los autores hombres.
No es ningún secreto que los lanzamientos anuales de cada año recogen un mayor número de obras escritas por hombres que por mujeres; y ello pese a que es un hecho también estadístico, que las mujeres leen más libros que los hombres, tal y como pone de manifiesto el último Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros, correspondiente al año 2019, (editado por la Federación de Gremios de Editores de España) y según el cual el 68,3% de mujeres lee libros en su tiempo libre frente al 56% de los hombres. Y la brecha no para de aumentar año año.
Mujer releyendo ‘Canción de Hielo y Fuego’, indignada de que no haya más volúmenes de Juego de Tronos.
Y ¿qué hay de las escritoras? ¿Cuántas aparecen en el currículo académico oficial? ¿Acaso las mujeres leen pero no escriben? Hace un tiempo el proyecto multidisciplinar ‘Las sin sombrero’ ponía de manifiesto la existencia de mujeres en la Generación del 27 con el objetivo de recuperar, divulgar y perpetuar el legado de estas mujeres olvidadas de la primera mitad del siglo XX en España. Éste era solo un intento más de visibilizar la presencia de las mujeres en el mundo literario porque lo cierto es que la literatura canónica sigue siendo la escrita por hombres y los títulos que hemos tenido presentes desde niños en el cole, en la biblioteca, en esa estantería que acabas de revisar, están escritos por hombres.
Pese a todo, las mujeres están ahí, muchas veces escondidas en las páginas de la historia de la literatura. Solo hace falta escarbar un poco para ir encontrándolas cada vez un poco más lejos en la línea del tiempo. Tanto que si retrocedemos hasta llegar a la primera obra firmada por alguien nos encontraremos que el primer escritor conocido del mundo es en realidad una escritora: la acadia Enheduanna.
Enheduanna, dándole fuerte.
Ella es la primera autora conocida de cualquier obra de arte que se conozca. Esta aristócrata, poeta y alto cargo político, es la primera creadora de la que tenemos noticia por ser la primera en firmar sus propios textos.
Para conocer a Enheduanna hay que remontarse más de 4000 años hasta la ciudad de Ur en la Mesopotamia del 2285 antes de Cristo. Ella era hija de Sargón I de Acadia, el rey que unificó las ciudades estado de la Alta y la Baja Mesopotamia en un único imperio; y llegó a ser la «Sacerdotisa En«, un papel de gran importancia política en el momento.
Enheduanna compuso muchos poemas religiosos de los cuales aún se conservan 42 recuperados de 37 tabletas procedentes de Ur y Nippur. Pero, además de ensalzar los templos de su pueblo y a las Diosas más guerreras, la obra de Enheduanna también es autobiográfica ya que narra también su propia expulsión de Ur y su posterior retorno a la ciudad.
La firma cuneiforme de Enheduanna en una tablilla.
Antes de la llegada de esta autora, los nombres de los creadores e inventores no quedaban asociados a sus obras, un hecho que ha facilitado también que, en el imaginario colectivo, los músicos, pintores, escritores, escultores, arquitectos y cualquier otro creador anónimo siempre sea un hombre.
Pero gracias a Enheduanna y a números estudios empeñados en acabar con la idea de que las mujeres no han participado de las vidas políticas, sociales y culturales de sus respectivos momentos vemos que las mujeres han sido, son y serán creadoras. Estudios como el de 2013 elaborado por el arqueólogo Dean Snow, que analizó huellas rupestres de manos encontradas en ocho cuevas de Francia y España determinando que el 75% de las mismas eran femeninas, desmontando así la teoría ampliamente aceptada (pese a la ausencia de datos empíricos) de que los primeros artistas eran hombres.
Ejercicio visual: busquen una mano masculina en esta obra rupestre.
Que la primera obra literaria con autor conocido sea de una mujer o que el arte más antiguo del ser humano fuera creado por mujeres debería generar una reflexión sobre el papel que este sexo ha mantenido y por qué durante siglos se ha borrado del mapa cualquier atribución femenina en el patrimonio histórico y cultural. Homero en su ‘Odisea’ nos daba una pista:
“Madre mía, marcha a tu habitación y cuídate de tu trabajo, el telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se ocupen del suyo. La palabra debe ser cosa de hombres, de todos, y sobre todo de mí, de quien es el poder en este palacio”.
Tal vez sea este el primer “calladita estás más guapa” de la literatura y Ulises el primer mansplainer o, como aseguraba la historiadora Mary Beard, “el primer ejemplo documentado de un hombre haciendo callar a una mujer porque su voz no debe ser escuchada en público.”
‘Pues mira, me he atado al mástil de la barca por no escuchar más a mi madre, no te digo más’.
De todo esto habla también otra poeta y traductora, Clara Janés, en su recomendable ensayo sobre el papel de las mujeres en la literatura universal ‘Guardar la casa y cerrar la boca’ donde la autora apunta que, de hecho, la novela universal más antigua de la historia podría ser ‘La historia de Genji’ de la autora nipona Murasaki Shikibu.
La obra de la japonesa se considera a nivel académico como el primer volumen narrativo que reúne las condiciones y la estructura de una novela como las conocemos hoy en día. Y fue escrita hace mil años.
Murasaki Shikibu pensando si escribir otro capítulo.
Muchos siglos después, recordar a figuras como Shikibu o Enheduanna, o la de las anónimas pintoras rupestres, debería hacernos que nos replanteemos si, tal vez, las sociedades del remoto pasado eran mucho menos primitivas de lo que podíamos imaginar y si ya va siendo hora de que las autoras asalten las baldas de esa estantería a la que, por cierto, hay que quitarle el polvo de vez en cuando.