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El retorno de la irracionalidad

tarotEl otro día me topé con una estupenda exposición de libros de astronomía de los siglos XVI al XVIII, incluyendo incunables de Galileo, Kepler, Copérnico, Jorge Juan, Cassini, Newton y Torres Villarroel, entre otros. Me resultó conmovedor el rigor, la precisión y el afán por el detalle de aquellos científicos, que avanzaban casi a oscuras en los misterios del universo, pues eran ellos los gigantes sobre cuyos hombros otros se alzarían. Casualmente aquella misma mañana había llegado por Menéame un artículo, aparentemente serio, sobre la posibilidad de que la Luna fuera un satélite artificial, construido por alguna civilización ancestral, un dislate tal que no merece la pena ni rebatir.
Sería erróneo concluir que la sociedad de hace 300 años era más ilustrada y razonable que hoy en día: los astrónomos y físicos citados arriba eran seres excepcionales en un mundo poblado por augures, curanderos, pitonisas, charlatanes y martillos de herejes. Estos pioneros, sin embargo, parecían haber abierto un sendero –el de la razón- por el que todos acabaríamos transitando pasado el tiempo. Craso error: la ciencia o, más bien, esa amalgama de progreso material, tecnología y Estado protector, no ha traído la felicidad a las personas. Más bien al contrario.
La insatisfacción de las sociedades opulentas se refleja en parte en un retorno al pensamiento mágico y prerracional, a la exaltación del primitivismo y, en definitiva, a la desconfianza generalizada hacia la ciencia y su hija bastarda, la tecnología. [El gran pensador y místico Ken Wilber se lamenta de que “la ciencia ha creado un mundo chato”, desprovisto del misterio insondable de la existencia. Pero, en última instancia, el misterio permanece. A Wilber le responde otro sabio, Albert Einstein, para quien “el verdadero misterio no es lo invisible sino lo visible”.]
Pondré un caso práctico: los extraterrestres. El empeño que tienen algunos en que seres de otros planetas nos visitan asiduamente refleja una incapacidad de discurrir racionalmente, amén de un escaso conocimiento sobre las dimensiones interestelares. Poca gente tiene más fe en encontrar rastros de vida inteligente en el Universo que los impulsores del Proyecto SETI.
Suponiendo que los ETs estén entre nosotros resultaría mucho más cómodo y barato para el SETI apostar unos centenares cámaras de vídeo y telescopios apuntando al cielo y simplemente esperar a que los ovnis pasen. En lugar de eso, SETI ha tenido que diseñar un complejo sistema de análisis y procesamiento de las señales de radio llegadas desde el espacio sin que, por cierto, haya sido de captar una sola secuencia que pueda considerarse un mensaje.
La ufología y su sucesora, la exopolítica, son sólo curiosidades folklóricas que denotan un afán por creer en algo de una sociedad que ha visto cercenada su espiritualidad. Otros comportamientos, en cambio, encierran la semilla de la irracionalidad. Por ejemplo, la convicción de que las vacunas son una innecesaria imposición de la industria farmacéutica (aunque a ello ha ayudado la injustificada histeria en torno a la Gripe A), que está provocando el resurgimiento de enfermedades que se consideraban extinguidas.
El problema es que un mundo que reniega de la racionalidad –y de los logros del racionalismo- se encuentra con otro que, en muchas ocasiones, ni siquiera ha llegado a abandonar el pensamiento mágico. La confluencia de uno y otro sólo puede dar pie al retorno de los tiempos oscuros.

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