Es el procedimiento habitual en las series criminalísticas que podemos ver en Netflix o HBO. El forense o el detective de turno, que podrían ser perfectamente un Grissom o un Dexter Morgan, analiza la escena del crimen e inspecciona con extraña pasividad la gran mancha de sangre que rodea a la víctima. Un par de fotografías por aquí y por allá y ¡voilá! El caso está prácticamente resuelto gracias a la forma del charco sanguíneo y las salpicaduras que han quedado en la pared. Pero la realidad dista mucho de lo que vemos en la pantalla.
Tanto es así que los científicos aún siguen devanándose los sesos para entender el misterio que rodea a la física de las salpicaduras de este rojísimo fluido en el lugar de un crimen. Los hay que han avanzado mucho en el tema y han logrado dar con una suerte de modelo general que, salvo excepciones, puede aplicarse metódicamente en toda disputa letal.
Este modelo, conocido como BPA, ha sido desarrollado por un grupo de físicos que han pasado años investigando qué forma adopta la sangre cuando, por ejemplo, un disparo atraviesa un trocito de carne mortal. Un estudio que ha llegado como agua bendita para los laboratorios de criminología, sumidos durante décadas en la incertidumbre y desesperados tras innumerables intentos fallidos.
El prototipo creado por los investigadores ha demostrado ser capaz de determinar la fecha y hora del crimen, el tipo de arma y velocidad del ataque, así como la posición de la víctima en el momento de su muerte. Como en la televisión, pero en la vida real, por fin. Pero aún hay más: los científicos también han llegado a descubrir qué mano utilizó el asesino para llevar a cabo el crimen y hasta el tipo de lesiones producidas. Y todo, con sangre.
El experimento ha sido llevado a cabo de una manera que a muchos puede resultar divertida y, a otros, asquerosa, pero que sin duda es una forma curiosa (y algo realista) de análisis. El método no ha sido otro que disparar balas contra esponjas empapadas en sangre de cerdo y analizar los patrones principales de las salpicaduras. Los investigadores han tomado como referencia el tamaño, la forma, la distribución y la ubicación general del fluido porcino tras los disparos para establecer un patrón válido.
Como ocurre también en la ficción (algo de verdad tenía que haber), los analistas se sirven de cuerdas para dar con el lugar donde comenzó el derrame de sangre. Normalmente, se basan en la dirección y el ángulo de las salpicaduras para llevar a cabo este paso y todos los puntos son unidos con cuerdas rectas para construir una visión general de la escena.
Pero los patrones de sangre no son precisamente fáciles de interpretar. Existen muchos factores que alteran o determinan las conclusiones finales del crimen en cuestión. Por ejemplo, si nosotros nos rebanamos el dedo en un intento torpe de cortar chorizo, las gotas que caerán al suelo serán grandes y redondas. Así, cuanto más cerca esté el dedo del suelo, mayor será el tamaño de la mancha.
Esta cuestión se debe a la gravedad y a un concepto conocido como tensión superficial, que está ligado a la cantidad de energía que necesita un fluido para variar su tamaño. En el caso de una dramática herida de bala, la gravedad tiene poco que hacer. Como se trata de un impacto violento, la fuerza del disparo es mayor, por lo que disminuye la importancia del descubrimiento de Newton: cuando la bala rasga un cuerpo serrano, la sangre que sale disparada es más densa que el aire y se produce un fenómeno conocido como atomización, que hace que las gotas de sangre sean mucho más pequeñitas que en otros casos. Eso lo sabe hasta el aprendiz de CSI, claro.
Durante el siniestro vuelo, estas gotitas se ven afectadas por factores como la resistencia del aire y la propia gravedad, lo que hace que el cuadro pueda ser distinto en cada caso. Por norma general, cuanto mayor sea la velocidad, más diminutas serán las gotas de sangre. De esta forma, las cuerdas tan vistas en la televisión solo sirven para medir distancias cortas. En el caso en el que la sangre haya recorrido unos cuantos metros, el procedimiento se torna mucho más complejo y el recorrido a estudiar es curvo, por lo que debemos despedirnos de las guitas de Grissom.
Pero los patrones no se basan solo en el impacto de las balas. El modelo BPA también analiza los casos en los que la sangre se encuentra en los objetos o en huellas tanto de las manos como de los pies (aunque hay que ser un poco inútil para salir de la escena del crimen con los zapatos manchados de sangre).
Gracias a este método, los expertos también pueden trabajar con las heridas de las víctimas para determinar qué arma se ha utilizado en el momento del crimen y facilitar su búsqueda. Así se ha demostrado que, en el caso de los punzones, el típico clásico, la sangre brota a una velocidad media y suele dejar una herida limpia en el cuerpo. Si el psicópata en cuestión ha recurrido a un bate, probablemente la víctima presente un traumatismo y el fluido rojo brote también a una velocidad media, como ocurre con las heridas profundas penetradas con un cuchillo de los de cortar jamón. Todo muy agradable para la hora de comer.
Las pistolas, como ya hemos comentado, dan una gran velocidad a los proyectiles y generan dos heridas en la víctima (una de entrada y otra de salida, algo que sabes si has visto el episodio piloto de cualquier serie de polis).
Con todos estos conocimientos, aunque aún no estés listo para colarte en la escena del crimen y actuar cual Sherlock Holmes, sí podrás saber qué hay de cierto en los capítulos de tu serie criminal favorita. Generalmente, más bien poco. Al fin y al cabo, la ficción está para eso. Aunque un poquito más de física realista en los guiones tampoco vendría mal.
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