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El “gusano de oreja”: esa dichosa canción que no se te quita de la cabeza


Portada del disco “Der Ohrwurn”, de Gottlieb Wndehals (1982).
Esta mañana me he levantado con una canción resonando dentro de mi cabeza: “Vamos muy bien”, de Obús. Más concretamente, sonaban una y otra vez estas líneas: “veo caras dobles, luces que andan solas, maniquís que ríen mis bromas pesadas”. No había ninguna razón que explicara la aparición de esa tonadilla en mi cabeza: no había salido el día anterior y, por tanto, no había rastro de resaca en mis meninges, no soy especialmente fan de Obús y hacía tiempo que no escuchaba el tema (que conozco casi más por la versión de Siniestro Total).
El “Vamos muy bien” fue mi “gusano de oreja” durante unas horas. El término es una traducción literal del alemán “ohrwurm, idioma incomparable a la hora de expresar conceptos para los que el castellano necesita una frase entera (aquí, un amigo teutón explicando “ohrwurm” en El Día E).
Oliver Sacks prefiere llamar al fenómeno “gusano cerebral”, recogiendo la metáfora del alemán para describir esa canción, insidiosa e invasora que, en ocasiones, resulta tan difícil de desalojar de nuestros circuitos cerebrales. Sacks dedica al gusano cerebral un capítulo entero (puedes leerlo aquí, .pdf) de su última obra “Musicofilia, que trata sobre la curiosa relación entre la música y el cerebro de las personas, desde la memoria musical portentosa hasta el uso terapéutico del tango.
La sintomatología de los gusanos cerebrales, en palabras de Sacks, es la siguiente:

“Los gusanos cerebrales son generalmente de carácter estereotipado e invariable. Suelen tener cierta esperanza de vida, alcanza su apogeo durante varias horas o días y luego se diluyen, aparte de algún esporádico arrebato posterior. Pero incluso cuando parece que han desaparecido, suele permanecer a la espera; permanece una sensibilidad acentuada, de manera que un ruido, una asociación, una referencia a ellos es probable que vuela a dispararlos, a veces años después. Y casi siempre son fragmentarios”.

El gusano de oreja no sólo sobreviene accidentalmente. Los compositores de jingles publicitarios conocen bien hasta qué punto el cerebro es capaz de retener una melodía, estableciendo ese “recuerdo de marca” tan ansiado. El primero en explotar esta capacidad, según Sacks, fue el (pérfido) compositor y musicólogo Nicolas Slonimsky, al que podríamos padre intelectual de Jarabe de Palo. Slonimsky es, por tanto, el padre putativo de “Depende”, de “Mi barba tiene tres pelos”, del anuncio de La Masía y del Festival de Eurovisión como un todo.
Los gusanos musicales no son nuevos (Mark Twain describía uno en un texto de 1872) pero, como señala el autor, la exposición a estímulos musicales que tenemos (o sufrimos) hoy es exponencialmente mayor que en cualquier momento del pasado, cuando sólo se podía oír música en conciertos, misas o entierros. Hoy pasamos buena parte del día escuchando algún tipo de música, bien voluntariamente (radio, MP3), bien por decreto ley (hilos musicales, música de ambiente, radios y MP3 ajenos). Por tanto, la incidencia de los gusanos cerebrales en los momentos de silencio ha de ser necesariamente más frecuente que en tiempos pretéritos.
¿Tiene el “gusano de oreja” algún sentido evolutivo?, se pregunta Sacks. La respuesta se la da uno de sus corresponsales, Alan Geist, quien especula con que puedan surgir por “una adaptación que resultó crucial en los días de los cazadores-recolectores: reproducir los sonidos de los animales u otros sonidos importantes una y otra vez, hasta que el reconocimiento quedaba asegurado”. Geist llega a esta conclusión después de pasar una semana en un bosque, sin oír más sonidos que los de la naturaleza. Entonces, relata,

“Espontáneamente empecé a reproducir los sonidos que oía a mi alrededor, sobre todo de pájaros. La vida salvaje se convierte en “la canción que se pega a mi cabeza”.

Dejo aquí el “Vamos muy bien” para utilizar con alevosía uno de los efectos colaterales del gusano cerebral: su capacidad de contagio. ¿Y tú, cuál es tu gusano de oreja?
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