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La calidad no es lo que importa (a veces)


A todos nos gusta disfrutar de productos digitales de calidad. De hecho, es una excusa excelente para cambiar de equipo de sonido, comprar una televisión gigante de mayor definición o aparcar los viejos DVD para pasarse al mundo del Blu-Ray. Pero, ¿apreciamos realmente esa diferencia de calidad una vez hemos salido del salón de demostración de la tienda? Muchos detalles indican que no, o al menos que la mayor parte de la gente es altamente flexible en cuanto a lo que la calidad pura y objetiva se refiere.
Últimamente he tenido que ver muchos programas de televisión, e incluso algunos partidos de fútbol, directamente por Internet. Los métodos son diversos: streamings pregrabados ofrecidos por las televisiones, directos que llegan en forma de P2P con los partidos que no se emiten en directo, capítulos antiguos regrabados de VHS y comprimidos en ficheros de vídeo MPEG… La calidad en la mayor parte de las ocasiones no era gran cosa, especialmente si hablamos de la imagen de una pequeña pelotita blanca sobre un amplio fondo verde, en una imagen que incluso de vez en cuando pierde fotogramas y se queda congelada. Pero cuando uno se ha enfrascado en la retransmisión en sí, con sus comentarios y demás parafernalia, lo que se entiende por «factor calidad» cambia sustancialmente: da un poco igual si el televisor de alta definición muestra píxeles claramente visibles (¿para eso tanta TDT?) o si la imagen se traba: lo importante es estar viendo el partido en directo, apreciar de cuando en cuando las caras de los protagonistas, adivinar si la pelota entró en la red o salió por la línea de fondo y disfrutar con los golazos a todo volumen.
Cuando llegó el MP3, muchos renegaron de él como formato inferior: el propio concepto de comprimir la música con pérdida de calidad era algo aberrante; escuchar una canción en CD o su equivalente «comprimido» mostraba diferencias obvias al oído, matices que simplemente se perdían al reducir de tamaño los ficheros de audio. ¿Era algo parecido a lo que afirmaban los amantes del vinilo respecto a los discos compactos? No: aquí el problema parecía ir más allá, pero lo cierto es que las ventajas terminaron por superar esos inconvenientes, el MP3 llegó para quedarse y el hecho de poder regular la cantidad de compresión respecto a la pérdida de calidad hizo que triunfara como formato para almacenar música de forma masiva.
Algo similar sucedió con los sistemas de compresión vídeo como el MPEG que premian la reducción a costa de la calidad. Estos sistemas proceden a su vez de la misma idea que el formato JPEG para almacenar imágenes estáticas. Frente a las imágenes en TIFF, GIF o PNG, que pueden mantener toda la información del original, el JPEG comprime las imágenes sobremanera a costa de perder más o menos detalles. Una forma obvia de apreciar esa pérdida es abrir y grabar la misma imagen una y otra vez, con un ratio de compresión alto: al poco la imagen se degrada más allá de lo razonable, pero a cambio se ha conseguido un gran ahorro en cuanto a espacio se refiere. (Resulta en cierto modo paradójico que hoy en día, en que el precio del almacenamiento se ha abaratado considerablemente y las comunicaciones son ultrarrápidas, se sigan usando ese tipo de sistemas para «ahorrar espacio y tiempo de transmisión»).
Algo común en todos estos sistemas de compresión «con pérdida», ya sean de imágenes estáticas, en movimiento o de audio, es que para mucha gente pasan completamente desapercibidos. Hay que ser realmente un experto para apreciar la diferencia, poder calcular con qué calidad aproximada se ha comprimido una imagen o una canción y para detectar los pequeños matices. Los más puristas se echarían las manos a la cabeza al ver con qué baja calidad se conforma la gente. Por no hablar de la incongruencia de que usemos cada vez monitores, televisiones y equipos de audio de mejor calidad… para ver películas y escuchar música que proviene de fuente de peor calidad.
Un buen día descubrí otro detalle respecto a todo esto: estábamos viendo una película, no recuerdo si en televisión o en el cine cuando mi acompañante se quejaba de que era incapaz de leer los subtítulos. Su problema era que debido a la vista cansada no podía enfocar correctamente, de modo que incluso una imagen de alta calidad resultaba borrosa. ¿Y las guerras en el salón de las casas por manejar el volumen del televisor? Incluso un pequeño grado de sordera en alguien de la familia puede convertir la experiencia en un suplicio. ¿Aprecian esas persona realmente la calidad de un televisor LCD de alta definición o de un MP3 grabado a 192 Kbps en vez de a 128 Kbps? Probablemente no.
En muchos trabajos científicos leemos que es nuestro cerebro el que completa las imágenes que vemos, el que rellena los fotogramas que dejamos de ver en las películas (por ejemplo mientras parpadeamos), el que matiza el sonido y que modela la realidad exterior a partir de nuestros recuerdos para que tengamos una información completa aunque llegue de forma incompleta a través de nuestros sentidos. Es probable que sea por eso que aceptamos materiales de calidad objetivamente inferior sin mayor problema: simplemente a veces la calidad no es lo que importa.

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