Nada sienta mejor que un traje. Eso lo sabe bien Barney Stinson, uno de los protagonistas de la serie estadounidense ‘Cómo conocí a vuestra madre’. Además de amar la buena vida, el genio de la seducción siente debilidad por los trajes, hasta el punto de vestir uno diferente cada día de la semana e intentar, sin éxito, que sus amigos lleven el mismo atuendo.
Ted y Marshall deberían hacerle caso. Así lo indican los resultados de un estudio recientemente publicado en la revista Social Psychological and Personality Science, que demuestra que ir trajeado a la oficina cambia nuestra forma de pensar (a mejor).
Como explica en una entrevista Abraham Rutchick, profesor de psicología de la Universidad del Estado de California y uno de los autores del estudio, llevar ropa formal nos hace sentir más poderosos, algo que nos lleva a poner en marcha el proceso de abstracción. Bajo ese nombre tan profundo se encuentra el mecanismo por el cual nuestro cerebro deja de pensar en cosas concretas para empezar a funcionar a lo grande: relaciona la información nueva con otra ya conocida, ampliando nuestro conocimiento y llevándonos a considerar más opciones, opiniones o hipótesis. Ver las cosas con perspectiva, vamos.
“Si en el trabajo recibes una crítica, y piensas en ello con un pensamiento concreto, es más probable que afecte negativamente a tu autoestima”, explica Michael Slepian, profesor de dirección de empresas en la Escuela de Negocios de Columbia (Nueva York) y otro de los autores de la investigación. Con traje, en cambio, las cosas se ven de otra manera.
Para entenderlo mejor, basta con recordar cómo pensábamos cuando éramos niños o adolescentes. Cuando somos pequeños, únicamente podemos razonar de forma lógica sobre aspectos concretos de la realidad. Así, si nos preguntaban si un lápiz podía emitir luz, decíamos rápida y contundentemente que no «porque no es una linterna». En cambio, cuando crecemos, nuestro cerebro comienza a tener en cuenta realidades que no se ven y otras opciones. Precisamente, es en el instituto cuando nos enseñan que los objetos reflejan la luz.
Eso mismo es lo que sucede al ir con traje, según el estudio: de ver las cosas desde un único prisma a valorar un amplio espectro de posibilidades. Los investigadores llegaron a esta conclusión después de realizar varias pruebas con estudiantes universitarios. Los dividieron en dos grupos. A los integrantes del primero les pidieron que se vistieran como si fueran a acudir a una entrevista de trabajo (todos eligieron llevar traje), mientras que a los del segundo les solicitaron que se ataviaran con su habitual estilo informal. Después de hacerles un par de preguntas, los investigadores descubrieron que los primeros abstraían su pensamiento mucho más que los segundos.
Necesitaron realizar cuatro experimentos más para concluir que el traje no solo nos hace pensar de forma más global, sino que puede llegar a hacer que pasemos del pensamiento concreto al abstracto. Madurez trajeada.
Este estudio forma parte de las investigaciones de la ‘embodied cognition’ (la cognición corpórea, en español), una reciente rama de la psicología que estudia el papel que juega el cuerpo en la forma en que pensamos. Cómo reflexionamos si llevamos una taza de café en la mano en lugar de un helado, cómo nos percibe la gente si nos lavamos las manos antes de comer o, en este caso, qué piensan de nosotros al vestir de un modo u otro.
Porque ir de traje a la oficina no sólo afecta al propio cerebro, sino también al de los demás. Con anterioridad, un equipo de investigación de la Universidad de Northwestern (Estados Unidos) descubrió que prestamos más atención a las personas con bata blanca, al pensar que podrían ser un médico, pero dejamos de hacerlo al descubrir que se trata de un pintor. También señalaron cómo aumentan las posibilidades de ser contratatada cuando una mujer viste de forma masculina – con traje de chaqueta y pantalón.
Con argumentos así, ¿quién no haría caso al sabio Barney?
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Con información de The Atlantic, The New York Times, Stanford University, The Week y CEPVI. Las imágenes de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de CurrencyFair y Gianfranco Blanco
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