El flamante premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa la emprende desde la página de opinión de El País contra WikiLeaks y su fundador, Julian Assange, al que denomina despectivamente “el Oprah Winfrey de la información”. Vargas Llosa se apoya en los argumentos de otro destacado columnista del periódico, Fernando Savater, para arremeter contra Wikileaks, en tanto las revelaciones de los cables de la diplomacia estadounidense –de las que, por cierto, tanto rédito ha sacado El País– son irrelevantes en el mejor de los casos y secretas en el peor, por lo que su difusión puede “socavar los cimientos de la democracia” e infligir “un rudo golpe a la civilización”.
¿Qué les hace pensar a tan insignes pensadores (y periodistas) que un incremento en la transparencia puede resultar dañino para la democracia? Veamos (e intentemos desmontar) sus argumentos:
No es la primera vez que escucho este argumento y me sigue pareciendo tremendamente endeble. En primer lugar porque los cables de las embajadas ponen de manifiesto algo que ya sospechábamos: la doble cara del gobierno de EEUU en su comportamiento público y privado para con aliados y regímenes hostiles. En política, la hipocresía se supone; ahora también se conoce.
No deja de resultar curioso que la misma “irrelevancia” de los papeles de Wikileaks haya sido utilizada por los conspiranoicos como prueba de lo contrario: de que los famosos papeles forman parte de una campaña de desinformación del propio gobierno de EEUU –una “bandera falsa” en su argot-. No hay una sola mención en los 250.000 documentos sobre el “autoatentado del 11-S”, prueba irrefutable de que Assange es un títere de intereses espurios.
La pregunta pertinente a Llosa y a Savater sería: ¿cuán relevantes deberían ser las informaciones sacadas a la luz para que consideraran a Wikileaks un puntal y no una amenaza para la democracia? ¿Qué tal el asesinato a sangre fría de diez civiles desarmados en Irak y el regodeo de los militares ejecutores? No olvidemos que la última filtración es sólo una de las muchas que ya he llevado a cabo la organización de Assange. ¿Estaría Vargas Llosa, tan admirador como es del Gran Periodismo, dispuesto a “indultar” a Wikileaks si desvelara un caso de corrupción equiparable al Watergate?
La alusión al Watergate no es inocente, claro. El argumento que esgrime Llosa podría haberlo utilizado Nixon en 1974, cuando se vio obligado a dimitir tras las revelaciones del Washington Post sobre el maremágnum de actividades ilegales ejecutadas por los hombres del presidente. En aquella ocasión, un informante anónimo –el famoso Garganta Profunda- puso en bandeja a los periodistas las pruebas que implicaban a Nixon y sus secuaces en comportamientos incompatibles con la democracia.
¿Fueron Bernstein y Woodward unos “Oprah Winfrey de la información” por sacar a la luz documentos a todas luces confidenciales? Seguramente no para Llosa o Savater. Ellos estaban practicando Gran Periodismo y, por tanto, son merecedores del Premio Pulitzer y del reconocimiento de los demócratas.
Pero en las casi cuatro décadas transcurridas entre el Watergate y Wikileaks muchas cosas han cambiado en el periodismo. Para empezar, la comunicación está hoy férreamente controlada por gabinetes de prensa, tanto en las administraciones como en las empresas, que sólo conciben un tipo de comunicación: vertical, unidireccional y siempre orientado a generar una realidad –el “storytelling”- que salve la cara de la institución y sus responsables. No menos del 80% del contenido del periódico de cada día –el 100% en el caso de las revistas- ha sido escrito y configurado por agencias de prensa y agencias de noticias, cada cual al sueldo de sus pagadores. Hacer periodismo en este contexto es una entelequia.
Wikileaks es el penúltimo cartucho en la carrera armamentística entre los poderes, por ocultar la verdad (ahora con “políticas integrales de comunicación”) y los ciudadanos por conocerla. Los ciudadanos, sí, y no “los internautas”, como dice erróneamente el premio Nobel: Las filtraciones de Wikileaks utilizan Internet porque es el único medio libre e incontrolable existente pero de su difusión se han beneficiado tanto los internautas (64% de la población española) como los lectores de El País, The Guardian y The New York Times.
Savater y Llosa deberían tener muy presente que periodismo es “lo que alguien no quiere que se sepa”, según la afortunada expresión de un colega de profesión. Eso no quiere decir que todo lo que no quiere alguien que se sepa deba ser publicado (por ejemplo a nadie debería interesar las aficiones de alcoba de los articulistas, las suyas o las mías propias), pero no está de más que los poderosos sepan que sus comportamientos pueden ser oscultados por la ciudadanía, de forma que se vean obligados a ser más decentes en su comportamiento público y menos hipócritas en el privado.
“Lo público y lo privado”, Mario Vargas Llosa (©).
“Transparentes abusos”, Fernando Savater.