Noticia del New York Times utilizando como fuente a Wikileaks.orgLa prensa está realmente de capa caída. Se sabe porque le salen amigos por todas partes, como en esos velatorios en los que sería fácil dar al muerto por santo. Si quieres saber de quién tienes que preocuparte, pregúntate de quién hablan mal.
Mientras que los editores de periódicos europeos culpan a Google de ser el culpable de todos sus males, el CEO de Google, Eric Shmidt, declara su preocupación por el declive de la prensa local: «me proecupa el tipo de periodismo que mantiene honrado al alcalde«. Steve Jobs, el carismático y controvertido fundador de Apple, también decía recientemente: «necesitamos contenido editorial», y seguía «cualquier cosa que podamos hacer para ayudar al New York Times, el Washington Post y otras organizaciones periodísticas para encontrar nuevas formas de expresión por las que cobrar dinero para poder mantener intactas sus operaciones editoriales y periodísticas, yo las apoyo». El gobierno francés afirma que las ayudas a la prensa francesa no son proteccionistas. Hasta la FTC (Comisión del Comercio estadounidense) está contemplando tasar los aparatos electrónicos y los servicios de comunicaciones para apoyar a la prensa.
El problema de la prensa y del periodismo es que son dos cosas distintas, y no sólo porque la prensa sea un cacharro que aprieta tinta contra una pasta hecha de árboles muertos, y el periodismo sea una actividad humana con una función social. El problema real es que, con poquísimas excepciones, por las noticias no ha pagado casi nunca nadie. Un periódico, en la forma moderna en que lo conocemos durante casi todo el siglo XX, era una amalgama de información, propaganda, esquelas, anuncios por palabras y muchas otras cosas, de las que el periodismo era lo que menos dinero daba.
En este sentido, un análisis cínico nos dice que la estrategia de los contables de medios de comunicación de cortar gastos empezando por la plantilla de redacción es adecuado, excepto que el periodismo y las noticias son lo que da razón de ser a los periódicos. Puede que el dinero venga de la publicidad, de los anuncios por palabras (y la crisis del inmobiliario ha hecho tanto daño a los periódicos como la existencia de Idealista.com), las ofertas de empleo (lo mismo sea dicho por Infoempleo) o hasta de las esquelas. Pero la razón de que todas estas cosas se impriman en el mismo contenedor está en que son lo que financia (o no sé si decir financiaba) a modo de subvención interna las actividades de los reporteros, periodistas, plumillas o como se les quiera llamar.
Desde las guerras de precios de los editores norteamericanos a finales del XIX, los periódicos y revistas dejaron de vender información a los lectores para empezar a venderle la atención de los lectores a los anunciantes. La información era el cebo, el gancho con el que atraer y centralizar ese público lector. Lo que ahora es teoría era entonces la práctica: a mejor periodismo, más lectores ¿Cómo se define «mejor periodismo»? Una forma de hacerlo es usando la máxima que dice que «las noticias son aquello de lo que hay alguien que no quiere que te enteres».
Que el periodismo tiene un valor propio y ajeno al medio en el que se exprese es algo que ya quedó demostrado en anteriores revoluciones tecnológicas. La radio y la televisión crearon sus propios espacios y lenguajes para la información, y también supieron establecer nuevas rutinas de interaccíon en el público. Lo que no hicieron fue desplazar la preminencia del papel como medio ritual de transmisión y registro de lo acontecido cada día. Ante la revolución de la Web, la radio y la televisión parecen haber conservado mejor sus fuentes de financiación, y pueden permitirse mantener esas caras secciones de informativos que lucen como un blasón de prestigio. Al menos por ahora.
Los periódicos, sin embargo, han acabado por convertir su propio producto diferenciador, sus joyas de la corona, en un adjunto. Los intentos de conseguir más ingresos, sea por adquisición de más publicidad o de más difusión, son contraproducentes para el valor del auténtico periodismo. Por un lado están la inflación de secciones y suplementos temáticos o de «estilo de vida», llenos de inocuas críticas de productos comerciales, coartada a su vez para poner más anuncios de otros productos comerciales. Por otro lado están las múltiples promociones de DVDs y cupones para el último cacharro electrónico (o el pizzapan), que siembran entre los lectores la idea de que «el periódico no importa, pero sale gratis comprando el DVD/cacharro electrónico/pizzapan». Las noticias son lo último que importa.
Mientras esto pasa en el kiosko, en la red es aún peor. Las empresas tradicionales de diarios no han sido capaces de transplantar al nuevo medio su capacidad de vender espacios publicitarios, pero tampoco han sabido enfrentarse al reto del nuevo lenguaje. El nuevo periodismo de la red se hace ahora en sitios no asociados a grandes medios, sino en experimentos como FiveThirtyEight (el estadístico Nate Silver analiza las noticias desde el punto de vista de las cifras), el Manifestómetro (cinco ciudadanos comprueban sobre el terreno las cifras de las manifestaciones), They Rule (un sistema de visualización permite a los ciudadanos explorar y publicar las relaciones entre los consejos de dirección de las corporaciones norteamericanas), Lo prometido es deuda (wiki donde llevar la cuenta de las promesas cumplidas o incumplidas de nuestros políticos)…
El último asalto a los periódicos viene debajo de esa línea de flotación que es el periodismo de investigación, la primicia en dar las informaciones sobre aquello que otros no quieren que informes. Wikileaks, un sitio web llevado por activistas políticos con la misión de filtrar material original suprimido por gobiernos y corporaciones de todo el mundo, lleva camino de convertirse en el primer sitio donde la gente manda la información que tenga. Si el caso Watergate sucediera hoy, ¿dónde acudiría Deep Throat? ¿Al Washington Post, o a Wikileaks?
Lo que hace Wikileaks no es estrictamente periodismo, porque lo que publica son documentos originales. Son fuentes. Periodismo es lo que se hace una vez se tienen las fuentes, pero el que solía llamar a un periódico y filtraba un informe o una sentencia no era periodista, era un fuente. Wikileaks es sólo un intermediario que distribuye los documentos de esas fuentes a la vez que protege su secreto. Es un proveedor gratuito de la materia prima del periodismo. Eliminado el requisito de tener mejores fuentes que los demás, y la diferencia de recursos entre los que tienen contactos en Washingtón y los que no, Wikileaks es sobre todo un aplanador del campo de juego del periodismo, y en ese sentido juega a favor de cualquier medio, sea prensa, radio, televisión o en la red, que quiera hacer periodismo a partir de esas fuentes levantadas por Wikileaks.
Sin embargo, una cosa está clara: según esa definición que dice que «periodismo es aquello que los demás no quieren que publiques», Wikileaks es más periodismo que mucho de lo que hacen los periódicos. No sólo es más periodismo que el pizzapan o el DVD de portada, también es más periodismo que la cartelera cinematográfica o la sección de viajes, o de motor, o de cacharrería y gadgets. Los periodistas lo reconocen, y por eso en general Wikileaks tiene buena prensa. La revista Time dijo que «podría convertirse en una herramienta periodística del calibre de la ley de libertad de información«. Por el contrario, la FTC estadounidense, el gobierno francés, Google, Apple hablan de «salvar a los periódicos». Los gobiernos y empresas del mundo temen a Wikileaks.
La red no sólo les ha robado a los periódicos la merienda: también les ha arrancado el orgullo.
Nota de conflicto de interés: este año, entre las donaciones que mi mujer y yo hacemos a distintas causas, le hemos mandado un cheque a Wikileaks. Eso sí, en total, en mi vida, me he gastado mucho más dinero en comprar diarios y revistas de papel.